Río Lena (Rusia) |
Había leído
que los días de
invierno
eran grises, lluviosos
y fríos.
Yo,
que nunca había
necesitado de abrigo,
me di cuenta de que,
aunque fuese 15 de
agosto,
también había días
lluviosos llenos de lágrimas,
grises como el cemento
de las paredes sin pintar
y más fríos que un
despertar sin ropa
a la vera del río Lena.
La sensación térmica de
aquella tarde,
que ni siquiera sé si
era o no de agosto,
fue la más baja de mi
vida:
hablar de temperaturas
negativas
es hablar de gritos, de
lágrimas,
de ojos mirando al suelo.
Hablar –como hablo- de
agosto
es
callar.