27 de noviembre de 2012

Quinto epitafio: confusión elemental


(I)

Y cuando, Cloe, tiernamente me dijo que me levantara
de aquella sucia y húmeda esquina
para que pudiésemos volver ya a casa, junto al calor del hogar,
le dije:

“Quiero que te pares y pienses que por un momento
tu y yo
somos dos famélicos lobos,
que comen sin descanso en un festín de suculenta vianda.
Tú, ya atiborrada, te apartas y dejas
que mi voraz apetito se vea saciado
pero la carne empieza a acabarse
y sigo con hambre.
Me acerco a ti como un alma silbante,
Like a zip gun,
y el caos amenazante
hace que, con un mordisco de desgarro, te separe el cuerpo
de lo que hasta hace medio segundo era tu cabeza.

Eso soy yo:
Un lobo, consumido por la angustia
y el descontrol,
que te seccionaría el cuello
sin el menor remordimiento.”

Dicho esto, Cloe se levantó y,
con los puños apretados y los dientes rechinando,
se giró ciento ochenta grados y
me dejó allí abandonado
como aquel quien le consiente agonizar a un gato
que acaba de ser atropellado por un coche.

Y no pude hacer otra cosa que,
bajo los efectos del alcohol,
dibujar una leve sonrisa.


(II)

Este es Jesús,
erigido bajo un haz de luces de neón
y una sobredosis de atropina

Es cada herida en la muñeca,
cada colapso de riñón.
Es la embriaguez y la resaca,
es aquel poema de amor que lloraste de sangre.

Jesús es el odio y el morbo,
el éxito del caos,
el gozar que provoca el sufrimiento,
la humillación.
Es comedia y es tragedia.
   
     ‘Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’



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